Las Carolinas existieron antes que Stonewall: ¿por qué nadie lo cuenta?
Nos han repetido hasta el cansancio que la historia del movimiento LGTBI empezó en Nueva York, en 1969, con los disturbios de Stonewall. Que allí nació la rebeldía, que aquel fue el primer grito de orgullo. Y es cierto que Stonewall fue un hito, pero no fue el primero. En Barcelona, en 1933, unas travestis se adelantaron 36 años a esa narrativa global. Y nadie lo cuenta.
El 9 de enero de 1933, en plena Segunda República, un grupo de travestis conocido como Las Carolinas organizó un cortejo fúnebre muy particular. ¿El motivo? Una bomba anarquista había destruido un urinario público —una vespasiana— en el Raval, lugar de encuentro para sexo clandestino y supervivencia. Para ellas, aquel espacio era más que un baño: era refugio. Y decidieron despedirlo con honores.
VESPASIANA |
Ese acto, mezcla de duelo y sátira, fue mucho más que una excentricidad: fue una manifestación política sin pancartas, sin consignas, pero cargada de significado. En 1933, cuando la homosexualidad apenas había dejado de ser delito (gracias a la reforma republicana del Código Penal), exponerse de esa manera era un desafío monumental.
¿Sabes qué pasó después? Nada. La historia las borró. ¿Por qué? Porque la memoria también es colonial. Porque preferimos repetir el relato anglosajón y dejar fuera las disidencias que no encajan en el marketing del orgullo. Stonewall se convirtió en mito global —y lo merece—, pero invisibilizó otras rebeldías que también importan.
Y mientras tanto, las Carolinas siguen sin reconocimiento. Ni en los libros de historia, ni en los discursos oficiales del Orgullo, ni en la mayoría de espacios LGTBI. Y, sin embargo, fueron las primeras en salir a la calle. Antes de los cócteles molotov, antes de las pancartas, antes de las banderas. Con humor, con ironía, con tacones y mantillas negras.
Stonewall ocurrió en 1969. Las Carolinas, en 1933. En España, bajo la Segunda República. Y después vino la represión: la Guerra Civil, la dictadura, la Ley de Vagos y Maleantes (reformada en 1954 para incluir homosexuales) y la Ley de Peligrosidad Social (1970). Las travestis pasaron de desfiles satíricos a celdas oscuras. Fueron rapadas, fotografiadas, fichadas. Algunas murieron en silencio.
Por eso reivindicar a las Carolinas no es un gesto romántico: es un acto de justicia histórica. Porque sin memoria no hay orgullo. Porque la lucha no empezó con el arco iris en Nueva York, sino también con flores rojas en una Barcelona convulsa.
Que no nos cuenten la historia descafeinada. Que cuando hablemos de Stonewall, digamos también Raval, 1933. Porque sin las Carolinas, el relato está incompleto.
Juan Dresán.